Según los expertos, es un trastorno que aumenta cada año y que alcanza su pico en época estival; las claves para disfrutar en vez de sufrir por no tener nada que hacer
LA NACIÓN – Sábado 27 de Enero, 2018 – Psicología – Por Laura Reina – Participación: Lic. Mirta Dall’Occhio
La mirada clavada en el horizonte, la arena y el mar (puede ser un río o montañas o sierras, lo mismo da) como imponente marco visual y la promesa de un buen libro como única compañía. Parece la imagen del descanso perfecto. Pero para algunos visualizarse dentro de esa postal idílica puede significar una verdadera pesadilla.
La supuesta reparadora inactividad les provoca un miedo irracional que no pueden controlar y que en muchos casos está acompañado de palpitaciones, sudoración excesiva, dificultad para respirar.
Según Ré, se han vuelto habituales las consultas de personas que experimentan miedo al ocio. «Lo vemos en lo cotidiano. Llegan personas que no saben cortar con el círculo vicioso, que se buscan trabajos o algo que hacer en vacaciones o los fines de semana porque no toleran la sensación que les provoca la inactividad. El descanso genera angustia, que es lo que impide un estado de relajación», afirma el director de Red Sanar.
Entonces, ¿es posible que alguien no disfrute del tiempo de ocio? Para la psicóloga Mirta Dall’ Occhio, directora del Instituto Sincronía, que trabaja sobre las emociones, el estrés y la ansiedad, la respuesta es afirmativa si elegimos un estilo de vida altamente estresante. «Hay una porción de la población que adhiere a un modelo de hacer, de acción, que no distingue entre tiempo laboral y tiempo de ocio. Para estas personas el modelo abarca los siete días, todo el año, porque el valor se mide por cuánto hago y cuánto resultado obtengo -opina-. Para estas personas multitasking que pasan de una tarea a otra sin darse ni permitirse tiempos de descanso, no hacer nada está subvaluado y la hiperactivación está sobrevalorada. Estar sobreocupado está bien visto, es valorado. Y todo lo valorado es deseado. Por eso es mucha la gente que elige vivir así y somete a toda la familia a un estado de estrés crónico que obviamente se traslada a las vacaciones».
Manuela Valente, una ingeniera en sistemas de 42, asegura que la idea de parar en vacaciones no le seduce en absoluto. «Me aterra», reconoce sin dudar. Por eso, cada verano, tiene como premisa evitar la playa y recorrer mucho. «Me cuesta estar en una reposera al sol y mirando el mar. Siento que es tiempo perdido. Una vez lo hice y fue una mala experiencia. Me fui con mi pareja a un all inclusive en Brasil y todos parecían felices menos yo. Me agarró un bajón terrible. Yo necesito adrenalina, estar activa. Me angustia el hecho de no tener nada para hacer. Incluso acá, los fines de semana, siempre tengo actividades pautadas», confiesa Manuela, que planifica un viaje a Costa Rica, donde la playa es secundaria: la idea es adentrarse en la selva.
«Discutía mucho con mi mujer por ese tema. Me decía que no paraba nunca, que era incapaz de desconectar, que no tenía capacidad de disfrute y que estaba arruinando el descanso de los chicos, que me pedían hacer cosas juntos y yo no estaba disponible para ellos. Cuando tomé conciencia de que era ‘un padre ausente presente’ quise cambiar -cuenta-. Siempre estaba con el celular en la playa, tratando de ver si en Buenos Aires estaba todo bien, angustiándome ante cada pequeño problema que surgía. Las vacaciones eran un infierno en todo sentido», admite.
Después de una terapia pero sobre todo gracias a un curso que hizo de mindfulness al que llegó por recomendación de un amigo, Lautaro logró cambiar ese patrón de conducta, aunque todavía hay veces, admite, que le cuesta bastante desenchufarse. «Pude aprender a controlar la ansiedad, a no caer en esas zonas oscuras en las que caía cuando mi mente empezaba a divagar. Por primera vez en años pude irme de vacaciones y sentir que las había disfrutado de verdad», asegura el empresario, que estuvo las primeras dos semanas de enero en Uruguay y volvió «renovado».
En el caso de Lautaro, la familia cumplió un rol fundamental en el cambio y la recuperación porque fue la que puso un límite a su ociofobia. Sin embargo, dice el psiquiatra Re, no siempre es así. «Lo primero es asumir el problema y tomar conciencia de que se lo padece. El rol de la familia es importante, tanto como para salir del problema, pero también para acentuarlo. Sucede que muchas comparten este mismo patrón cultural y de conducta del hacer, hacer y hacer. Se han acelerado las ambiciones, entramos en este ritmo deshumanizante cada vez desde más temprano. Hay muchos chicos que ya manifiestan signos de ansiedad que traen consecuencias en el aprendizaje y la conducta», plantea el director de Red Sanar.
Dall’ Occhio, por su parte, asegura que el poder disfrutar tiene que ver con manejar los estados de ansiedad, poder pasar a un estado neutro para poder experimentar un bienestar. «Eso lleva tiempo, al menos unos tres días. Estar de vacaciones o tener tiempo libre no es estar en éxtasis, esa es una fantasía que es un limitante y que genera estrés -sostiene-. Tenemos que aprender a surfear las emociones para mejorar nuestra calidad de vida. En esa mejora, sin duda, saber disfrutar del tiempo ocioso es una de las claves para vivir mejor».
Cómo disfrutar del ocio
Buscar alguna actividad
Sin llenar el día de cosas, se puede planificar alguna actividad que ayude a bajar ese nivel de ansiedad.
Expectativas reales
Algunas personas tiene expectativas demasiado elevadas respecto de lo que es el descanso. Hay que ser realistas para no frustrarse
Darse tiempo
Se tarda unos tres días en pasar de un estado hiper alerta a otro de descanso. El switch no es automático