Saber distinguir, interpretar y expresar lo que sentimos es un aprendizaje en el que debemos sortear mandatos culturales pero, cuando lo conseguimos, se produce un sentimiento liberador que nos permite resolver mejor los conflictos y ser capaces de ponernos en el lugar de los demás.
BLOG MUJER DISCO – Noviembre, 2016 – Participación de la Lic. Mirta Dall’Occhio
Desde la infancia se nos dice qué emociones podemos expresar y cuáles no, de qué manera y en qué momento. De esta forma, las vamos poniendo en dos grupos, por un lado las positivas y por el otro las negativas. Sin embargo, no hay emociones buenas o malas sino “agradables o desagradables en cuanto a la calidad de sensación corporal que provocan y la tendencia a la acción específica de cada una” dice Mirta Dall’Occhio, Psicóloga y autora del método “Terapia de Activación Emocional”. “Todas las emociones son necesarias, ya que venimos equipados filogenéticamente con ellas y nos ayudan a sobrevivir y a adaptarnos. Integradas a la parte racional guían nuestras conductas, siempre están allí para resolver algo”
Saber registrar. Además de expresarlas, poder reconocerlas también en los demás y, de esta forma, lograr una mejor comunicación y relación con los otros. “De hecho todos sabemos que aquello que llamamos el clima emocional en los distintos ámbitos, está asociado a la regulación emocional interpersonal. Esto se observa en los movimientos, los gestos, el tono de voz y los comportamientos entre las personas, que son indicadores a través del embodiment (la encarnación) de las emociones y los valores presentes en cada interacción. De allí que sabemos que, más que lo que se dice, es cómo se dice lo que completa la comunicación y transporta el mensaje real”, afirma Dall’Occhio.
La madre es la primera reguladora. Ya en el embarazo puede registrar las emociones de su hijo desde las activaciones automáticas del cuerpo, reconociendo a ese bebé como un otro que va creciendo y desarrollándose dentro de ella, para que en los primeros momentos de encuentro ya pueda producir el reconocimiento del niño como a otro ser, que depende de ella pero que no es una parte de sí. “Cuando el bebé nace, el modo particular en que la mamá responde a sus reacciones, por ejemplo al llanto, impacta en su respuesta y va a brindar las bases para que esa neurobiología que ya tiene una genética se active hacia un lado o hacia el otro, es decir que puede perjudicar o mejorar la autorregulación del niño. Hay modos específicos de eseñar a las gestantes y madres a mejorar el impacto en las activaciones de sus bebés para favorecer su autoregulación emocional en el proceso de crecimiento. Es una tarea que continúa en los primeros años de vida pero brinda un invaluable recurso para el desarrollo de la inteligencia emocional del niño”, explica la profesional.
Con la educación emocional podemos aprender que “cada emoción tiene una tendencia a la acción, está para algo y es adaptativa, cumple una función y busca resolver una situación”, dice. En este sentido, se distinguen:
Emociones primarias o básicas: son aquellas innatas, nacemos con esas emociones. Son el miedo, el enojo, la alegría, la tristeza, el asco, el erotismo, la ternura.
Emociones que se modelan más por la cultura: se van desarrollando. Tienen que ver con la culpa, la vergüenza, los celos, la envidia. Implican la mirada del otro y la integración de determinados valores.
A su vez, podemos identificar las emociones entre primarias y secundarias. “Cuando hay una situación que hay que resolver y otra que le genera un conflicto a la persona, ahí las emociones se suelen tapar unas con otras. Lo que se ve y lo que está asociado a un síntoma es la emoción secundaria. Por ejemplo, un chico que está triste pero por su entorno social, o tipo de personalidad, no puede conectarse y aceptar esa emoción como propia, no la resuelve corporalmente. La bloquea y puede reaccionar con la emoción de tendencia a la acción antagónica que es el enojo. Así los amigos lo ven furioso, peleador, agresivo si no tiene la posibilidad de regular correctamente. La respuesta que ese chico, al igual que cualquier persona, va a tener en la sociedad es por la emoción expresada, entonces si expresa enojo va a recibir por ejemplo rechazo o un castigo y lo que en realidad necesitaría es lo contrario, ya que si está triste su necesidad es otra. Por eso es tan importante educar para el correcto reconocimiento y regulación emocional”, indica la especialista.
Lo importante es saber que no todas las emociones tienen que ser demostradas. “Si estoy triste, no quiere decir que tenga que estar expresando mi tristeza, pero sí tengo que reconocerla, validarla y darle un lugar, porque la tristeza está para que yo suelte algo, por ejemplo en el caso de una pérdida”. Luego la persona verá la pertinencia de compartir su estado emocional de acuerdo al contexto, pero ya no necesitará un síntoma como andar irritado o furioso para esconderse a sí mismo lo que le sucede.
Todos tenemos diferentes niveles de reconocimiento y de capacidad regulatoria para nuestras emociones. Están aquellas personas que solamente dicen “me siento bien” o “mal”, como una forma de tendencia hacia la acción (ir o evitar), y aquellas que tienen una mejor diferenciación, por ejemplo dentro del enojo pueden reconocer y precisar furia, fastidio, molestia, irritabilidad, etc. También pueden distinguir qué ritmo respiratorio lo acompaña, qué gesto facial. En este sentido, es deseable desarrollar mediante aprendizajes guiados las características específicas de cada emoción y sus expresiones: gestos, tono de voz, ritmo respiratorio, conocer el embodiment para poder auto regularse y mejorar la calidad de vida.
El arte de la empatía. Es el desarrollo de la habilidad de sentir lo que el otro siente, conectarnos con su emocionalidad. Para poder ser empático tengo que reconocer las emociones en mí mismo, sentirlas en mi cuerpo y ponerme un momento en el lugar del otro, es ampliar la comunicación humana. No quiere decir que comparta su punto de vista, pero sí captar qué emocionalidad está transitando aquel que tengo a mi lado.
“Una vez que se favorece la empatía se mejoran las posibilidades de la resolución de conflictos de una manera creativa”, afirma Mirta Dall’Occhio.
Si somos capaces de observar nuestras propias emociones, luego podremos distinguirlas en los demás. Para eso, el camino es: primero reconocerlas en mí, aprender a regularlas (para usarlas con los fines que hagan falta), saber que son universales (todos tenemos las mismas emociones y lo que varía es cómo las expresamos), y luego así registrarlas en el otro y transitar juntos el camino de sabernos humanos, emocionalmente inteligentes, para plantear cambios posibles de sostener y que apunten al bienestar personal.
Dominá tus emociones
- Buscar la calma y ampliar la observación propia y luego del otro y el contexto.
- Registrar mi emoción desde las activaciones del cuerpo, sin criticar ni juzgar.
- Parar, realizar ejercicios de respiración para tranquilizarme.
- Prestar atención a qué es lo que mi cuerpo quiere hacer.
- Reconocer el valor de cada una de las emociones, incluso las mal llamadas negativas. Ya que el enojo, por ejemplo, puede estar allí con su energía para pedirme que la utilice de manera regulada para poner límites.